Las espondiloartritis son un grupo de enfermedades inflamatorias crónicas que afectan el esqueleto axial, es decir la columna vertebral y las articulaciones sacroilíacas (pelvis). Usualmente, empiezan a manifestarse entre los 20 y 30 años y es hasta dos o tres veces más frecuentes en hombres que en mujeres.
Entre los factores de riesgo, se encuentra la historia familiar de autoinmunidad (es decir, tener un familiar con espondiloartritis y/o alguna enfermedad autoinmune) y la presencia de marcadores genéticos, en especial, uno conocido como HLA-B27. El síntoma cardinal es el dolor lumbar (o en las nalgas), el cual, clásicamente mejora con la actividad física y empeora con el reposo. Otros síntomas frecuentes son la inflamación o dolor de los talones o planta de los pies, hinchazón de los dedos, como si fueran salchichas, y enrojecimiento y dolor del ojo (uveítis). También, puede acompañarse de otros padecimientos que afectan el intestino (colitis ulcerativa o enfermedad de Crohn) y la piel (psoriasis).
El tratamiento de la espondiloartritis debe estar dirigido por el reumatólogo con el objetivo de aliviar el dolor, controlar la inflamación, evitar el daño a otros órganos y prevenir la pérdida de la función músculo-articular. Para ello, se recurren a fármacos antiinflamatorios y medicamentos antirreumáticos que regulan la función del sistema inmune. En casos más severos, está indicada la terapia biológica. Para prevenir la pérdida de la función articular y preservar la movilidad, se indica la terapia de rehabilitación física.